DE VIAJE

Siempre que viajo siento que algo espiritual se despierta en mí. No sé si a otros les pasa, pero acabo de darme cuenta de esto.
En el momento en el que estoy viajando a cada destino, cuando estoy en el micro o en el avión, empiezo a comprender que cada viaje tiene su aprendizaje, como si pudiera incorporar en mí cualidades de ese lugar que visito.
No sé si es loco, pero a mi me parece sorprendente.
Siento las energías, y prefiero llevar más libros y mi cuaderno de viaje con mi lapicera favorita para escribir lo que aprendo que llevar más ropa.
Y así emprendo lo que muchos podrían llamar vacaciones, pero yo en cada instante soy introspectivo y miro hacia adentro.
Lo que leo tiene más sentido, como si mis sentidos se agudizaran mucho, pero mucho más. Se calibran en tiempo y espacio aunque me desanclo del tiempo y espacio cuando viajo.
Y no, no consumo ningún tipo de sustancia natural ni artificial. Esto es un viaje personal a lo más profundo de mi alma.
Los paisajes, la naturaleza se junta conmigo y me enseña, me vuelvo parte de ella. Los animales son mis amigos.
Si voy a la selva entiendo otras realidades, si voy a la playa, la arena y el mar me hablan, el océano es poderoso. Si voy a la montaña me siento en grandes alturas con una paz inmensa.
Esta semana estoy en San Luis, Argentina. Tierra de sierras y montañas, la montaña es un ancla a la sabiduría, como el ejemplo histórico-religioso de Moisés en el monte hablando con dios.
Me gusta poder estar compartiendo una entrada completamente distinta a las anteriores, aunque también tiene su complemento.
Las energías que siento están conectadas perfectamente a como mi cerebro se expresa y funciona.
Este es solo el primer día del viaje, y tengo mucho por observar, dentro y fuera. El respirar es diferente, no solo por la montaña, el paisaje, el viento... Se siente diferente en los latidos de mi corazón.

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